domingo, 25 de septiembre de 2011

EL VIEJO IACOV.

Lo que voy a contarles les parecerá increíble (a mi también me pareció absolutamente increíble la  primera vez que me lo contaron, eso fue cuando apenas tenía 8 o 9 años).  Pero con el tiempo y con la experiencia que te va dando la vida, si sabés encontrarle la vuelta a las cosas, me di cuenta  no solo que fue real (esa es una categoría un tanto extraña, acaso qué es lo real y qué lo imaginado, o qué lo real y qué lo mágico) sino que fue absolutamente verdad (en el sentido que lo verdadero tiene efectos sorpresivos, te marca un antes de esa verdad y un después).
Me extiendo en esto que puede parecerles una digresión, un irme por las ramas porque – ya van a oírlo ustedes mismos- es importante para comprender la moraleja que está en juego en esta historia.
En síntesis esta historia me ha enseñado que las oposiciones entre lo real y lo imaginado, la razón y la magia, la verdad y la mentira pueden ser falsas, o más aun, pueden ser dos caras de la misma moneda, una paradoja, donde nada es verdadero o falso, sino que uno no es sin lo otro y viceversa.
En fin…

Un día, o una noche, da igual (o una tarde, o una mañana) pero de invierno (eso es muy importante, hacía frío y acá no da igual si era verano o invierno).
De invierno, lo ratifico para que no lo olviden, paseaba el viejo Jacob - creo que era polaco de nacimiento pero vivía acá desde hacia años-.
El viejo Jacob (se lee el viejo Iacob, acentuando en la a de Iacob) era un anciano muy especial si se prestaba atención.
Si uno no lo hacía y simplemente lo veía de forma superficial ( otra falsa oposición superficial – profundo) solo veía un viejo como cualquier otro: poco pelo, cara blanca, algunas veces uno que otro pelo de una barba dura mal afeitada, algo desprolijo, o más bien desalineado pero siempre limpio y perfumado.
Toda su vida se había dedicado al negocio del cuero. Venta de carteras, uno que otro saco, cinturones, billeteras, guantes…Tenía un buen pasar, y la historia de su familia sería motivo de otra historia que no viene al caso.
Tenía un buen pasar, pero no era rico. Tenía cierta sabiduría, pero no era lo que clásicamente se entiende por culto. Disfrutaba de algunas cosas pero en su justa medida (si la hay, para él sí la había).
Y lo que lo acompañó toda su vida es una especie de hábito, de placer, de práctica que consistía en hacer una especie de garabatos  en cuadernos (iba ya por la página 43 del cuaderno 384 – numeraba las páginas una a una y cada cuaderno para que nadie pueda arrancarle una).
Dicen que cuando le preguntaban que eran esos dibujos, si significaban algo, si tenían un sentido ya que no eran entendibles a simple vista, él explicaba que era una gran historia de guerras y luchas entre diferentes tribus y batallones con lujo de detalles, personajes, protagonistas,   con causas y con efectos, con moralejas e injusticias, con sangre y heridas, con odios y pasiones.
Esa actividad que ocupaba sus momentos libres desde que tenía apenas 6 años y ya iba por los setenta largos era ubicada por sus allegados como una excentricidad, una especie de locura.
Pero como todo él era una persona de “bien”, que siempre inspiró respeto tanto en su familia como en sus empleados, jamás (salvo su nieto, por el que tenía una debilidad especial y al que le dejó cual reliquia su colección de cuadernos al morir) nadie se atrevió ni siquiera a cuestionar, ni a bromear, ni a nada que pudiera causar un mínimo malestar o enojo en él.
Volviendo a ese momento invernal, el viejo estaba mirando por la vidriera de su negocio hacia la calle. Su empleada estaba ocupada en la venta de una cartera a una clienta exigente y él mientras tanto esperaba que culmine esa venta para efectivizar el cobro, tarea que no delegaba en nadie, como buen polaco que era.
Y entonces algunos dicen que fue un padre que le pegaba a un hijo pequeño de modo agresivo, otros dicen que un hombre grandote intentó robarle a una anciana,  y otros (esta es la versión más acabada) que fue  un grupo de muchachotes pegándole a otro aparentemente en una muestra de xenofobia o cobardía.
Y el viejo Jacob, viejito y supuestamente indefenso salió de su negocio como un rayo ( no le importó la venta, como buen polaco que era) en defensa del desposeído y para sorpresa de todos (para él inclusive) inició no una pelea sino una lucha con una calidad y esbeltez que solo se ven en las películas de Kun Fu.
Entró como si nada en su negocio, apenas arrugado su saco, y algo despeinado (no tenía mucho pelo) como si fuese el Zorro, o Tarzán, sin un rasguño con el sentimiento de justicia, de “misión” cumplida.
Algunos dicen que no dibujó más. Otros agregan una frase dicha por él, algo así como: ya no necesito entrenarme.
Yo creo que siguió, practicando no solo luchas, sino otras habilidades que quería desarrollar.
Podría tirar una conclusión, como por ejemplo que la práctica y la teoría no tienen límites precisos. O que hay distintos modos de “practicar”.
Los dejo, me voy a bail… perdón a escribir sobre una mujer que era bailarina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario